El Avión Solar cumplió una proeza al atravesar el Pacífico con una nave ecológica que no precisa de la utilización de combustible. Durante el trayecto de 62 horas de travesía que unió Hawái con California, el piloto Bertrand Piccard fue testigo de un fenómeno aterrador: sobrevoló un «continente de plástico». Y lo divulgó vía Twitter con un contenido explícito: «Volé sobre los residuos de plástico tan grandes como un continente. Debemos seguir apoyando proyectos como Ocean Cleanup @BoyanSlat».
Su denominación adopta un sinfín de variables. Se lo conoce como «el séptimo continente», «la isla de basura», «la isla tóxica», «plastisfera», «la gran mancha de basura del Pacífico». Cualquiera sea su referencia, el concepto es el mismo: una malformación geográfica de un tamaño incalculable, fruto de la irresponsabilidad humana.
El proyecto Ocean Cleanup, al que el piloto hace referencia, es obra de Boyan Slat, un holandés de 21 años que aspira a limpiar los océanos de plástico. Su compromiso ambiental causó admiración en todo el globo desde cuando para el entonces estudiante de ingeniería espacial (de apenas 17 años) propuso este desarrollo.
La iniciativa de Slat es ambiciosa: prevé estar lista para desplegarse en cuatro años. El mecanismo consiste básicamente en acorralar los plásticos de las corrientes oceánicas. Se convertirá en la estructura flotante de mayores proporciones emplazada en el océano. Es una de las ideas de mayor aceptación y potencia para paliar la crisis de la contaminación marítima.
La basura que conforma el continente de plástico se arraiga en un área geográfica que la mantiene uniforme y la condensa en un mismo espacio oceánico. El motivo de la congregación de tal vertedero natural responde a la confluencia en ese punto de la corriente en vórtice del Pacífico Norte con los vientos alisios del sur que rotan en direcciones opuestas. La isla tóxica se ancla sobre el giro subtropical del Pacífico Norte, un enorme círculo oval que comprende cuatro intensas corrientes que se desplazan entre las costas de Washington, México y Japón. El fenómeno recrea un remolino que aglutina los desechos plásticos impidiendo que se dispersen hacia las costas.
Sobre su diámetro real existe una gran controversia. Greenpeace asegura que su longitud es mayor que todo el condado de Texas (más de dos veces el diámetro de la provincia de Buenos Aires). Y mientras la National Weather Service Marine Forecasts («Pronóstico del Tiempo del Servicio Nacional Marítimo de los Estados Unidos» –NOAA-) sugiere que no se puede calcular el tamaño y la masa de la isla porque sus límites son difusos, el Centro Nacional de Estudios Espaciales Francés (CNES) asevera que mide 22.200 kilómetros de circunferencia y que su superficie asciende a 3,4 millones de kilómetros cuadrados.
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La isla es invisible a los registros fotográficos por satélite o vía radares porque la mayoría de los residuos no flotan: se suspenden en forma de partículas en la columna de agua. Tal evento físico invita a los especialistas a redefinir la denominación del continente de plástico. Algunos la nombran «sopa de basura«. Se calcula que dentro de ese caldo hay cien millones de toneladas en suspensión en el mar.
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Además de ser una simulación continental antiestética y antinatural, la principal víctima de la mala gestión de los recursos residuales es el medio natural marino. El plástico es un material fotodegradable (que puede tardar hasta mil años en biodegradarse) que por acción de la descomposición de la luz solar se convierte en polímeros minúsculos. Al alcanzar un tamaño tan reducido, los peces confunden el plástico con el plancton y lo introducen a su cadena alimenticia en forma de ingesta. Por añadidura, miles de peces, aves y mamíferos marinos mueren cada año por el consumo de estas partículas. Otros tantos de miles perecen atrapados por los plásticos. Otra consecuencia negativa del «séptimo continente» es la proliferación de las especies invasivas que viajan transportadas en los plásticos y alteran nuevos ecosistemas.
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